SAN FERNANDO, Montecristi.-Son las primeras en llegar al Palacio de Justicia de Montecristi y salen de allí cuando los custodios llevan los reclusos al vehículo, en el cual los devuelven a sus respectivas celdas en la fortaleza.
La permanencia en la sala de audiencia es insegura e incómoda, un detalle que no parecer importarles a las madres, cónyuges o parientes de los procesados; ya se han acostumbrado al drama que se vive en la sede judicial.
No hay celdas para los presos que son procesados y estos deben esperar en la misma sala donde se conocen las audiencia, sin importar que allí estén familiares de la otra parte envuelta en el caso. Esta escena se repite, una y otra vez.
Jueces y demás trabajadores del sistema de justicia son parte de un proceso que agobia por las condiciones de los espacios. Los custodios llegan tensos y cansados al Palacio de Justicia. No es necesario provocarlos mucho para que suelten expresiones de repudio al proceso.
Las quejas giran alrededor de lo injusto del sistema, además de resaltar el tiempo que tienen que permanecer allí sin que se les garantice alimentos, a no ser que los familiares de los reos les ofrezcan compartir una comida o jugo.
“Coño, esta es la vaina que no me gusta, hoy nos vamos de aquí a las 8:00 de la noche otra vez”, alega Ramírez, un raso que alterna su fusil con un teléfono de los llamados inteligentes. Manipula el móvil una y otra vez para distraerse, mientras sus compañeros llevan y traen los reclusos para que puedan ir al baño o se queden en los pasillos para comer o fumar.
“Si los van a soltar que los suelten, y si los van a condenar que los condenen, quien los manda a matar, robar o vender drogas”. Así se expresa otros de los guardias, que parece arrastrar su arma por el descontento de estar en la sala de audiencia, donde tiene que fingir que es amable con los reclusos, a los cuales quitan y les ponen las esposas, según se requiera.
En este orden transcurren 10 horas en el Palacio de Justicia de San Fernando de Montecristi, donde se conocen apenas 2 y 4 casos, de los 8 y 10 que suelen asignar al Tribunal Colegiado.
El martes 03 de febrero del 2015, se conocieron solo dos casos, un tercero fue suspendido para el jueves 12 de febrero, los demás reclusos permanecieron allí a pesar de una sugerencia del abogado defensor en una de las audiencias de que se despacharan los reclusos, de los procesos que no se verían ese día.
La petición no fue siquiera valorada por los juezas del tribunal, Martha Sanz (presidenta), Katia Nebo y Marizol Reynoso, quienes por su expresión en el tribunal, vieron la petición una afrenta.
Aunque la estada en el Palacio de Justicia es angustiosa para todos los involucrados, por las condiciones en que se desenvuelven los procesos y la larga espera sentados los bancos, son las madres y las esposas de los reclusos, quienes protagonizan la mayor parte del drama.
Es el caso de Martina (nombre ficticio) viaja desde Santiago de los Caballeros cada vez que hay audiencia. En el caso de su marido, acusado de violar la ley drogas 50-88, fue de las primeras en llegar el martes 03 de febrero y se marchó cuando la sede judicial se quedó sin empleados, tras la suspensión de la última audiencia del día a las 6:00 de la tarde.
En medio de lo agobiante que resulta estar allí, se siente regocijada de poder ver a su compañero, según contó para ella poder abrazarlo le da fuerza, aunque termina el día agotada y se asegura que casi pierde el ánimo que se requiere para la próxima cita.
“Mi hijo dime si te busco una botellita de agua o si quiere comer algo”, es el clamor de una de las madres que hacen vida allí, en espera de un descargo para su descendiente o al menos una pena benigna, al final del día regresa a su casa sin ninguna de las dos, porque se agota el tiempo y se suspenden las audiencias
En este escenario las madres obvian que corren riesgo por la deficiencia del sistema de seguridad, caminan de brazos con sus hijos y los ayudan a que estén bien.
Roseline Cheremie de Lorrain es la esposa de Jackson Lorrain (Jhonny), que no se mueve de la sede judicial hasta ver que su compañero, acusado de pagar por un asesinato, sale del Palacio de Justicia. Roseline, de 31 años de edad, madre de dos hijos, es testigo en el caso de su marido y debe esperar su turno e n cada cita.
El susto del fusil
Cuando la jornada se hace pesada los guardias -quienes se convierten en mensajeros de los reclusos- se quejan porque algunos procesados no quieren acatar las reglas.
El ambiente se torna tenso y algunos de los rasos se quedan dormidos en los bancos. Entonces no se sabe quién vigila a quien.
El martes 03 de febrero a uno de los rasos se le desactivó el cargador de su fusil, al tiempo que se producía un gran estruendo que llamó la atención de todos los presentes en la sala de audiencia, los proyectiles se dispersaron por el suelo.
El soldado con cara de asombro y preocupado por el evento no pudo recargar el arma, guardó las cargas y el dispositivo en sus bolsillos, mientras simulaba tener en su mano un fusil apto para disparar.
En Montecristi los reclusos son dejados en la sala de audiencia para esperar sus procesos, porque la celda que se usaba para estos fines, a hora es un depósito de accesorios del la sede judicial.
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