Relatoría final.
Conclusiones del VII Música, Identidad y Cultura en el Caribe (MIC)
7, 8 y 9 de abril
de 2017, Centro León, República Dominicana
Fotos José Manuel Castillo.
Los
participantes en este congreso han valorado la presencia de los instrumentos de
cuerdas en la región del Caribe, desde la llegada de los primeros
cordófonos traídos de España en los
primeros años del Encuentro de Culturas o Descubrimiento de América hasta el
siglo XXI. Los instrumentos de cuerdas, destacándose
la guitarra en sus diversas variantes, pasaron a ser un rasgo común a estas
tierras, formando parte del entramado del
Caribe cultural, insertándose en el proceso de hibridación de sus
músicas y bailes.
La herencia artística de tradición
hispánica contribuyó a la formación musical de las naciones en la región
caribeña, mediante un mestizaje sonoro en el cual se produjo la criollización de los instrumentos de cuerda de pulso y plectro en los diversos
territorios del Caribe, generándose la rica serie de distintos cordófonos nativos como guitarras,
tres, cuatro, laúd, mejorana, mandola, mandolina, cordonúa,
tiple, jarana y otros; estos han sido fundamentales en las variadas expresiones
musicales de los países que bordean el Mar Caribe, reflejando una historia musical conectada, tanto durante la
época colonial como en el Caribe contemporáneo. Asimismo, han servido para ensamblar distintos formatos grupales, facilitando el
desarrollo de numerosos géneros, subgéneros y estilos musicales. Estos han enriquecido su sonoridad
alimentándose con las tradiciones de música africana, citándose como
ejemplo la africanía que se percibe en las transferencias melódicas de ritmos
afrocaribeños, mostrando la funcionalidad de estrategias para disimular la
herencia africana en contextos racistas.
En este congreso se han destacado que las cuerdas que unen a los países del gran Caribe
revelan una amplia riqueza en sus distintos instrumentos de cuerda y géneros
musicales asociados a ellos; estos tienen numerosas cualidades universales, que se refleja tanto en la canción tradicional como en la llamada Nueva Canción.
Ese legado musical se ha resaltado desde
la perspectiva de los estudios
musicológicos y etnomusicológicos, que lo han valorado como un valioso
patrimonio musical caribeño, mientras también han revelado sus múltiples facetas, mostrando la
sucesión de cambios en los
formatos instrumentales, en los ritmos y armonías. Con ello, se evidencia la
evolución técnica de los instrumentos de cuerdas, y su trascendencia en la
historia cultural de los diversos países.
El papel de los
instrumentos de cuerdas en el desarrollo de la música popular caribeña dio lugar a géneros musicales propios de la región el
changϋí, la guajira, la música jíbara, el bolero, la guaracha, el son, la
rumba, el merengue, la jarana, el vallenato,
la cumbia, el calypso, el reggae, el zouk y muchos otros, como resultados
específicos del fenómeno de hibridación o sincretismo musical caribeño. Esto indica la amplia variedad de géneros musicales que caracterizan el Gran
Caribe, los cuales establecen un nexo indisoluble con el baile como rasgo identitario de la
cultura caribeña.
Ese proceso de criollización fue acentuado
por los flujos migratorios
intracaribeños. Los desplazamientos humanos impactaron la vida musical
local, extendiendo una trova romántica basada en la guitarra, generando
expresiones de canción criolla
como género musicales a través de los cuales se canalizaba la construcción sonora
de identidades nacionales, sirviendo la música para expresar las
nacionalidades. Generalmente, las marcas de identidad eran definidas por elites
dominantes nacionales, cuyos relatos y discursos borraban o minimizaban
prácticas musicales originadas y expresivas de las mayoritarias clases
populares.
Muchas de esas prácticas
musicales excluidas, orilladas, marginadas y discriminadas, se expresaron en eventos lúdico-sociales de carácter popular, como los fandangos y las bachatas, espacios de intercambio social y cultural basados en música y
baile, y por tanto, espacios de festejo, donde se encuentran variantes musicales diversas, como la guaracha, la rumba, el changüí, la
conga, el son, el merengue, y el bolero, entremezclándose géneros, estilos, instrumentos musicales y sonoridades de uso en las clases trabajadoras, configurando una modalidad
cultural bachatera de rasgos
comunitarios en la cual estaban presentes los pensamientos populares, sus
lenguajes, la gastronomía, el amor y la sexualidad.
En la bachata social
se expresaron, a través de la música de cuerdas y el canto, así como costumbres
y hechos cotidianos, las angustias existenciales de las clases sociales
orilladas por el proceso de modernización, principalmente en el Caribe
hispano-hablante. Ese canto angustiado, expresión de dolor y amargura, a través
de la música expresaba los
problemas y necesidades de sus practicantes, y se reflejó en canciones de amargue que dieron como
resultado el surgimiento de un nuevo género socio-musical denominado bachata,
asentado principalmente en la cultura dominicana y conectado a las expresiones musicales de
instrumentos de cuerdas de Puerto Rico, Cuba y otros países.
Se observa
críticamente que la circulación y consumo en los sectores populares de las bachatas
y otras expresiones de músicas de cuerdas del Caribe, su difusión y
comercialización, no impidieron que durante largo tiempo, fueran victimas de
marginación económica, discriminación social y estereotipos culturales que la denominaban despectivamente como
“música de amargue”, “música de guardia”, “música de cabarets”, “música de
cueros”, y otros términos hirientes.
Sobreponiéndose a las reacciones
contradictorias de las clases sociales, a su estado de marginalidad y
exclusión, su estigmatización clasista, la burla y sus cuestionamientos por las
corrientes culturales dominantes,
la vinculación de a la radio y la industria discográfica, y por tanto, su conversión en producto cultural
asociado al mercado, le
facilitaron ganar un importante lugar en la cultura popular caribeña actual, y
convertirse en un símbolo musical como expresión de nuevas identidades nacionales y transnacionales en contextos
económicos, políticos, sociales y culturales disimiles, e incluso pasar del mundo secular a una dimensión sagrada
con su uso en ceremonias acompañando festividades espirituales.
El guitarrista (requinto) Mártires De León. |
Es evidente que la popularidad de la bachata
ha trascendido las fronteras dominicanas y del Caribe; las barreras idiomáticas no ha impedido su difusión e
integración como género musical de consumo y preferencia en territorios de todo
el mundo. Se destaca, principalmente, la presencia de los bachateros modernos localizados
mayormente en Nueva
York, quienes, al expresar las identidades transnacionales de los inmigrantes caribeños, enriquecen
el género nutriéndolo con nuevos colores en un ambiente de multiculturalismo y bilingüismo.
Gracias a que esta música ha servido como portavoz de grupos inmigrantes en la
sociedad estadounidense, representa una identidad no solo dominicana, sino
también latina, en un marco transnacional, resultando que la música sirve como dispositivo cultural para entender el
choque, la resistencia y la adaptación de los inmigrantes a un nuevo espacio de
hábitat.
Como una música popular bailable, al
insertarse en un ámbito global, en la bachata se observan
transformaciones tanto en el aspecto
musical como danzario, al servir de plataforma para fusionar
múltiples tradiciones y ritmos tanto del Caribe hispano-parlante como de origen
afroamericano e Estados Unidos. Asimilando elementos del
rock y el hip hop, pero conservando sus raíces dominicanas y caribeñas. Así, la bachata se ha confirmado como el género
musical latinoamericano que en este momento del siglo XXI tiene más popularidad global, conectada la
industria de música latina y al mercado cultural mundial a través de su
difusión en la industria global del entretenimiento, la radio y el cine.
En el legado de las bachatas y las músicas
de cuerdas del Caribe se reconoce una incidencia en espacios geográficos diversos de carácter
transgeneracional, con multiplicidad de compositores e intérpretes, que nos
llaman a recordar que las obras
musicales son protegidas por derecho de autor y derecho conexo de
interpretación que deben ser respetados.
Como música que se vive en el cuerpo y que
suscita emociones, los géneros caribeños basados en los instrumentos de cuerdas
combinan un variado lenguaje musical, rico en matices expresados en sus melodías, ritmos y armonías,
con los recursos literarios para
contar y cantar nuestras historias, en líricas que expresan la subjetividad de sus protagonistas, sirviendo
como un vaso comunicante de valores útiles a la educación sentimental y a las
prácticas pedagógicas de educación infantil mediante la cancionística para niños y niñas.
En particular, la bachata reflejando unas narrativas de
significados diversos, desde ser un recurso cultural para el cortejo y el
intercambio afectivo, pasando por expresar las experiencias de amor y desamor,
la alegría y la fiesta, como la tristeza, la angustia, el dolor y las adversidades, las imágenes y
representación de la mujer, hasta reflejar fenómenos sociales como la pobreza,
la desigualdad social, la discriminación y la experiencia de la migración.
Edilio Paredes, Anthony Ríos, Luis Segura y Leonardo Paniagua. |
Es evidente que la bachata y los demás
géneros musicales del Caribe no se confinan a las fronteras nacionales, sino que circulan atravesando las aguas del
mar común que nos separa pero también nos une. Circulando entre nuestros
pueblos, las músicas locales también tienden a superar barreras musicales,
mezclándose entre sí y géneros más allá de la
región, como el rock, el punk, el blues o el jazz, mediante procesos de fusión
y transfusión musical, en las cuales los músicos también preservan y
transforman las tradiciones y el folklor musical.
Recuperando esta historia musical conectada,
que ha permitido mostrar la vigencia y las interrelaciones de la música de
cuerda de la región, los estudios de la música caribeña enfocados en este
congreso se ha matizado por tratar de superar las nociones centradas en
disputas de origen que confinan la música a la fronteras nacionales, y han
procurado conocer, estudiar
y poner en valor el rico patrimonio del cual son portadores los reputados músicos presentes en este congreso,
como los maestros: de Panamá, Juan Andrés Castillo; de Cuba, Efrain Amador y
Yamira Rodríguez; de Estadios Unidos, Banjamin Lapidus; de Colombia, Laura
Saldarriaga; dominicanos de la diáspora, Leonel Mambo Leo Taveras y Mayra
Bello; y de República Dominicana: José Manuel Calderón, Luis Segura, Leonardo
Paniagua, Edilio Paredes, Susana Silfa, Joe Veras, Anthony Ríos, Víctor Víctor,
Manuel Jimenez, Juan Francisco Ordoñez, Martires de León, David Paredes,
Cristian Allexis y Juan Abel Martinez.
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